Chapter 1: Act one. All the letters I didn't send
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El ultimo día de clases estaba lleno de risas, conversaciones de próximos viajes, fiestas o promesas para el verano. Pero para Aemond había algo melancólico en ayudar a su hermano a limpiar su casillero.
— Anímate, hermanito — dijo Aegon antes de remover su cabello con emociona — deberías estar feliz que no me quedare hasta los 20 en este lugar.
— Estoy feliz por ti, Aegon — respondió en el tono mas serio posible y Aegon solo rodo los ojos antes de volver la vista a su casillero decidiendo que se llevaría a casa— solo me preocupa tu futuro incierto.
— Estudiar diseño grafico no significa que tendré un futuro incierto.
— Eso es justo lo que significa, Aegon.
— Tu solo estas molesto porque no tendrás con quien comer el próximo año.
— Eso no es cierto, tengo muchas opciones.
— Ah, si. ¿quienes?, ¿El maestro Cole?— se burlo Aegon.
—¡Ay por dios!, Eso solo fue una vez... Además aun esta Jace.
Aegon soltó una carcajada preparándose para burlarse de las habilidades sociales de su hermano cuando su celular vibro con insistencia.
— No puedes depender siempre de Jace. Necesitas salir del cascaron...conocer personas, otros amigos y tal vez incluso conseguir un novio— su interacción se vio interrumpida ante los mensajes que llegaban al teléfono de ambos, Aemond dejo la caja con las cosas de Aegon en el suelo para mirar su teléfono— ¿Crees que sea mamá?.
— Yo solo tengo mensajes en los grupos de mis clases.
Todos los grupos de Whatsapp destinados a sus clases eran los responsables de la saturación en los teléfonos de todos los alumnos, cientos de mensajes conmocionados ante un video.
Aemond abrió aquel video, y en cuanto los primeros gemidos se filtraron por el altavoz, un calor incómodo le subió directo a las orejas.
—Oh, mierda —murmuró, apresurado por bloquear la pantalla, como si con eso pudiera borrar lo que había visto—. ¿Por qué carajo enviaron eso?
El murmullo en el pasillo se expandió como pólvora, risas nerviosas, silbidos, exclamaciones. Aegon y Aemond, en cambio, apenas reaccionaron mientras la atención de la escuela se centro en aquel video.
—Dalton quería joder a su ex —explicó Aegon distraído, mientras los mensajes seguían inundando su celular— Escuche que no perdono su ultimo engaño.
Aemond quiso devolver la atención a la caja con las cosas de su hermano, pero entonces escuchó el susurro, casi perdido entre el barullo:
"Ya no está con él, terminaron hace una semana... Escuche que Lucy ya tiene otra relación."
La frase lo golpeó con la fuerza de un puñetazo. Sus dedos se tensaron alrededor del teléfono hasta que los nudillos se le pusieron blancos.
"Claro, no me sorprende... es uno de esos omegas que viven de llamar la atención."
Aemond no pudo evitar mirar alrededor, buscando sin querer el rostro de su hermano, o de cualquiera, que confirmara que aquello era real. Pero todos hablaban y se reían de la situación.
Al final del día, cuando el timbre anunció el inicio de las vacaciones, todos salieron rápidamente, comentando lo sucedido con el capitán de animadoras y el Quarterback, especulando los motivos del fin de su relación .
Chapter 2: The Last Days of Summer.
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El verano de Aemond podría describirse como aburrido. Pasaba la mayor parte del tiempo trabajando en la tienda de antigüedades de la señora Rivers, lo que al menos dio como resultado el nuevo hábitat de Vhagar.
Lo único rescatable de esas horas entre polvo y aromatizante de manzana con canela era la presencia de Jace, y cómo podían pasar el día hablando de todo y a la vez de nada mientras limpiaban los estantes. Era curioso: a veces, la voz de Jace llenaba tanto el silencio de la tienda que Aemond llegaba a pensar que no le importaría escucharlo siempre, incluso si solo hablaba de trivialidades.
Aunque, en secreto, detestaba su insistencia en presumir la "perfecta relación" con su hermano mayor. Cada vez que Jace sonreía al mencionarlo, algo dentro de Aemond se endurecía, como si las palabras no estuvieran dirigidas a él.
Curiosamente, a pesar de trabajar en un lugar atrapado en el tiempo, no pudo escapar del escándalo provocado por la ruptura entre Dalton Greyjoy y Lucerys Velaryon.
Con el verano llegando a su fin, lo que había comenzado como un video compartido en un grupo de clase terminó propagándose como un incendio. Ni las fiestas, ni las escapadas a la playa, ni siquiera otras rupturas e infidelidades lograron opacar lo ocurrido con las personas más populares de la escuela: el video íntimo seguía circulando de celular en celular, acompañado de susurros, risas crueles o miradas de lástima.
Dalton vivió un verano maravilloso: fue invitado a las mejores fiestas, recibió halagos de sus amigos por su "virilidad", salió con los omegas más cotizados y todo sin enfrentar cuestionamiento alguno por haber expuesto a su novio de cuatro años.
En cambio, Lucerys se vio obligado a desaparecer entre rumores venenosos y señalamientos de culpabilidad, tal vez esperando que las cosas se calmaran por sí solas. Pero lo único que consiguió fue alimentar las especulaciones acerca del verano que debía estar viviendo. Aemond no lo admitía en voz alta, pero cada vez que escuchaba esas versiones le parecía repugnante lo fácil que resultaba para todos culpar al omega de la relación.
—Te lo juro, Aemond —Jace tuvo que esquivar el trapo sucio que se le arrojó a la cara—. Benjicot Blackwood me lo contó.
—Ese tipo es un idiota, Jace —Aemond suspiró, incrédulo ante el rumor que su amigo le relataba—. Es obvio que no se fugó con un delincuente de la calle de la seda.
—Si lo piensas fríamente, eso explicaría por qué Dalton reaccionó de esa manera.
—Dalton mandó ese video porque es un idiota. —Su voz sonó más áspera de lo que pretendía, y su aroma se agrió, como si el simple hecho de imaginar a Lucerys en medio de aquel escándalo lo hiriera de una manera que no quería reconocer. Jace levantó una ceja, divertido—. No importa si lo engañaron con veinte personas, no tenía derecho a subir ese video.
—Tranquilo... te lo tomas demasiado personal. —Una sonrisa torcida se formó en su rostro ante la idea que cruzó por su mente—. No me digas que te gusta Lucerys.
Aemond desvió la mirada hacia un estante polvoriento, fingiendo que estaba demasiado ocupado acomodando un jarrón para contestar. Si pronunciaba palabra, temía que su voz pudiera delatar algo más de lo que estaba dispuesto a admitir.
—Solo no me gusta escucharte repetir rumores como si fueran verdades absolutas. Pareces un tonto.
Cuando volvió a mirarlo, Jace ya no sonreía: lo observaba con esa atención silenciosa que pocas veces mostraba, como si intentara descifrar algo en su rostro. El gesto duró apenas un segundo, pero fue suficiente para que Aemond sintiera un calor extraño subirle por el cuello.
—Solo te digo lo que escuché —murmuró Jace finalmente, encogiéndose de hombros mientras retomaba la limpieza de los estantes—. No pensé que Lucerys te importara tanto.
Aemond quiso responder, pero las palabras se le quedaron atoradas en la garganta. Admitir lo obvio habría sido un error, y sin embargo el silencio lo traicionaba más que cualquier respuesta. Había algo en esa mirada fugaz que lo había desarmado más que todos los rumores acerca de Lucerys Velaryon durante el verano.
El silencio entre ambos se volvió tan espeso que hasta el polvo parecía quedarse suspendido en el aire. Por suerte la campanilla sobre la puerta de la tienda sonó entonces, rompiendo la tensión como un vidrio astillado.
—¡Ah, ahí estás! —la voz de Aegon resonó, animada y despreocupada. Caminó hasta ellos con las manos en los bolsillos y una sonrisa demasiado amplia—. Vamos, Jace, si nos tardamos más se nos va a hacer tarde.
El brillo en los ojos de Jace cambió en un instante. Su gesto serio se deshizo en una sonrisa cálida, de esas que lograban hacer los días más brillantes y que Aemond rara vez tenía el privilegio de ver.
—Ya voy, cariño —respondió Jace, dejando el trapo sobre el mostrador—. Nos vemos mañana, Aemond.
Aemond no dijo nada. Se limitó a observar cómo Jace salía tras su hermano, con esa incomodidad en el estómago que ni él mismo quería reconocer.
El silencio que quedó en la tienda parecía más denso que el polvo acumulado en los estantes. La mirada de Aemond se encontró con su reflejo en una lampara y no pudo evitar mirar el lado izquierdo de su rostro, notando la grieta que deformaba lo que alguna vez había sido un rostro, la línea dura y torcida que no podía ser ocultada en su totalidad por aquel parche. Era una imagen perturbadora.
—Odio mi vida —susurró para sí mismo mientras se recargaba en el estante.
Chapter 3: The Last Nights of Summer
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Un roto para un descosido
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El hospital psiquiátrico Dr. Samwell Tarly, ubicado en Rosby, a tres horas de Desembarco del Rey, era considerado uno de los mejores de Poniente. Su mayor distintivo era su estricta política de privacidad y la discreción con la que se manejaba a cada paciente.
Según los rumores, figuras como la congresista Cersei Lannister, el jugador de fútbol americano Drogo o incluso el ganador del Óscar Loras Tyrell habían sido distinguidos pacientes del hospital, aunque nadie podría probarlo.
En momentos de crisis, quienes contaban con los recursos suficientes encontraban refugio en aquel lugar. No era casualidad que la familia Velaryon recurriera a sus servicios.
El olor penetrante a desinfectante impregnaba cada rincón del salón común. Las luces blancas parpadeaban de forma intermitente, y el chirrido metálico del carrito de medicinas rompía la quietud del ambiente.
—Es hora de sus medicamentos —anunció la enfermera Melisandre a los pacientes que observaban un concurso de cocina en la televisión. Con movimientos precisos, acomodó una pequeña mesa de metal donde reposaban los vasitos con las dosis de cada residente—. Les recuerdo que la televisión se apagará en media hora. ¡El horario es de las 18 a las 21 horas!
—¡Pero no veremos quién es el eliminado de la semana! —protestó un anciano, acompañado de murmullos de desaprobación.
—Reglas son reglas, señor Sand —replicó la pelirroja, clavando sus ojos en el pequeño omega que miraba distraído por la ventana.
Lucerys fijaba la vista en la luna, que brillaba pálida sobre los muros del hospital, Se aferraba a la imagen del cielo nocturno mientras sus manos jugueteaban nerviosas con las mangas de su suéter, estirándolas hasta cubrir por completo los dedos de sus manos. El contacto con la tela le resultaba incómodo; sentía un calor persistente en los antebrazos, acompañado de una comezón difusa que la fricción de la tela no podía calmar.
—¡Velaryon, tus medicinas! —ordenó Melisandre, con un tono más firme.
—El doctor Strong dijo que las suspendió —respondió el omega en voz baja, casi con timidez—. Dice que me dará el alta mañana.
Melisandre entrecerró los ojos y cruzó los brazos, inclinándose apenas hacia él.
—A mí no me informaron nada... así que esta noche tomarás tus medicinas.
Lucerys le dedicó una última mirada al cielo nocturno. Ante la ausencia de estrellas, sus ojos se fijaron en la luna. La luz pálida se reflejaba en sus pupilas cansadas, un brillo tenue que lo mantenía anclado a este mundo, a algo más allá de los muros del hospital.
Las noches de luna llena siempre eran las más hermosas.
Aemond permanecía en silencio, con los brazos cruzados tras la espalda, observando desde su ventana el cielo nocturno que se extendía sobre Desembarco del Rey. No buscaba consuelo en la luna, pero no podía apartar la mirada de su luz fría, tan constante y lejana como aquellas fantasías de amor que se anidaban en su mente.
No es que Aemond se describiera como un romántico; de hecho, nadie describiría a Aemond Targaryen como un romántico. Era un tipo raro, demasiado retraído, llegando a ser aterrador. Y, por supuesto, estaba la cicatriz, esa marca que bastaba para asustar incluso al más valiente de sus compañeros.
Un suspiro escapó de sus labios ante tales pensamientos. Sabía que, de no haber tenido su primer celo en la escuela, jamás se habría acercado a aquel omega, y su vida sería distinta. Lo sabía. Se imaginaba a sí mismo como otro chico: alguien sociable que no se escondería en la biblioteca, alguien que no ocultaría su rostro por miedo a asustar a los demás, alguien que no sería rechazado.
Sus labios temblaron ligeramente y la visión de su ojo se nubló por un segundo, hasta que los gritos de su hermano lo sacaron de su trance. Aemond bajó la mirada hacia la calle, donde Jace y Aegon discutían frente a la casa.
—¡NO QUIERO HABLAR DE ESTO! —Aegon le gritó a su novio antes de lanzarle el teléfono—. ¡Era obvio que te estaba coqueteando!... ¡¿A ELLA QUÉ LE IMPORTA SI TIENES ALERGIAS?!
—¡ERA LA MESERA, AEGON! ¡Es su trabajo preguntar esas cosas!
—¡O SEA QUE YO EXAGERO!... Entonces dime, ¿estoy loco, Jace?
Aemond apretó los puños detrás de su espalda ante el sonido de una bofetada, conteniendo un suspiro que amenazaba con escapar. La voz de Aegon disculpándose, seguida de un apasionado beso, se sintió como un puñetazo en el estómago.
Lo miraba, y en el fondo sentía un nudo en el pecho. No era envidia del todo, no exactamente; era la sensación de que ellos podían mostrar lo que sentían, pelear, gritar, amar sin miedo. Y él… él siempre estaba atrapado detrás de su propia cicatriz, detrás de la imagen que los demás tenían de él. Nadie se acercaría a alguien como él sin temor.
Un tic en su mandíbula le recordó que debía volver al presente. Aegon seguía gritando, Jace parecía desesperado, y Aemond se dio cuenta de que, aunque la calle frente a su casa estuviera llena de ruidos y conflictos, él permanecía solo con sus pensamientos, con sus deseos no confesados.
—¡NO LO ENTIENDES!... ¡YA NO QUIERO ESTAR CONTIGO! —terminó Aegon, entrando rápidamente a la casa para esconderse en su cuarto.
Aemond se apartó de la ventana con la intención de buscar a su hermano, pero al salir de su cuarto se encontró con Helaena y Daeron, que tocaban la puerta del cuarto de su hermano mayor. Al parecer, todos en la casa se habían enterado de la pelea.
—¿Aegon… estás bien? —preguntó Helaena mientras intentaba abrir la puerta.
—¡QUIERO ESTAR SOLO! —La voz gangosa de Aegon fue la respuesta—. ¡Váyanse!
—Nos vamos a ir… cuando estés listo, podemos hablar —Helaena no se apartó de la puerta de su hermano, pero les hizo una señal a sus hermanos menores para que regresaran a sus habitaciones—. Estamos aquí para ti, hermanito.
Fue lo último que escuchó Aemond antes de cerrar la puerta de su cuarto.Con pasos silenciosos, se dirigió a su armario en busca de una caja roja que guardaba desde su onceavo cumpleaños, cortesía de su primer beso. Dentro se encontraban su posesiones más valiosa y sus deseos más sinceros:
sus cartas de amor.
Palabras escritas con paciencia, con anhelos que nunca había pronunciado, con sueños que solo él conocía. La luz de la luna se filtraba por su ventana iluminaba suavemente la tinta, y Aemond permitió que un suspiro escapara, llevándose consigo la melancolía de todo lo que deseaba y no podía tener… al menos por ahora.
El mundo seguía girando afuera, ruidoso y caótico, pero en aquel cuarto, entre las cartas y la luz de la luna, Aemond encontró un instante de silencio y de esperanza.
Al final del día siempre había un roto para un descosido.
Chapter 4: Aemond Targaryen's Cactus
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Era un hermoso día de verano, sin nubes grises que anunciaran lluvia, y un cálido sol iluminaba el consultorio del doctor Strong, quien inspeccionaba a su paciente con la mirada. El omega evitaba el contacto visual con el psiquiatra; prefería hundirse en el sillón, los dedos entrelazados con fuerza y los ojos fijos en sus propios nudillos.
—Hoy es tu último día en este lugar —Lyonel fue el primero en romper el silencio de la sesión—. Necesito determinar si eres un peligro para ti mismo o para los demás.
—No lo soy —afirmó de inmediato, con un tono serio—. Sé que lo que hice fue estúpido y no va a volver a pasar.
—No puedo determinar eso si no hablas conmigo. Si te sientes cómodo, podemos retomar lo que sucedió al inicio del verano.
El omega asintió lentamente y agradeció, en silencio, que sus supresores bloquearan el aroma agrio de su angustia.
—¿En dónde nos quedamos la última vez? —preguntó, entrelazando aún más las manos para resistir la necesidad de frotar sus antebrazos.
—Mencionaste que tenías problemas con Dalton antes de que terminara el ciclo escolar —recapituló el doctor Strong—. ¿Eso provocó la crisis?
—Tal vez —intervino Lucerys, atrayendo una mirada curiosa del psiquiatra—. Dalton y yo terminamos unos días antes del fin de curso... Es complicado.
—¿En qué sentido?... ¿Te resultaba difícil tener que verlo?
Lucerys asintió con lentitud, sin estar del todo convencido.
—¿Qué pasaba en esos días?
—Mis amigos dejaron de hablarme —una risa amarga escapó de sus labios—. Corrección: los amigos de Dalton dejaron de hablarme. Su madre me echó del equipo de animadoras, así que no estuve en el final de la temporada... y un día me di cuenta de que estaba solo. Solo en todo momento.
—¿Y cómo te hizo sentir eso? ¿Crees que tuvo que ver con que te lastimaras a ti mismo?
—No lo sé... Siempre estuve rodeado de gente. Creo que no supe ma-manejarlo.
Las palabras se enredaban en su garganta, tan pesadas como las sombras que se negaban a disiparse en su mente. Al fin, soltó una media verdad, disfrazada de confesión:
—Dalton me dejó... Yo solo quería que volviera. No quería estar solo.
Las palabras se derramaron con un tono plano, casi mecánico, como si repitiera una excusa aprendida. Pero no era una excusa: era la única verdad que se atrevía a pronunciar.
La soledad había sido más cruel que la ruptura misma. Estar sin Dalton significo quedarse sin nadie, sin un lugar al cual pertenecer. Había vivido tanto tiempo girando en torno a él —a su voz, a sus gestos, a su aprobación— que, cuando se fue, no quedó nada. Solo un vacío que lo devoro en silencio.
Lucerys no mencionó los mensajes que lo acosaban, ni las burlas, ni el video intimo que lo lastimo antes de su ultimo encuentro con Dalton, incluso antes de atreverse a herirse a sí mismo. Eligió callar. Fingir que todo se reducía a un corazón roto. Pero en el fondo sabía que lo que lo hundía no era lo mucho que Dalton lo lastimaba: era descubrir que, sin él, estaba solo en el mundo.
El omega bajó la vista y sus ojos se posaron en la planta del consultorio una pequeña Monstera olvidada por el Doctor Strong, cuyas hojas caídas parecían rendirse poco a poco, marchitándose en silencio, a punto de ceder ante el abandono.
Una existencia que dependía de la atención de otro para sobrevivir.
Aemond respiró hondo, dejando que la decepción se apoderara de su ser. Su mirada se posó en la maceta rosa que su madre le había regalado por su cumpleaños. El cactus que contenía estaba enfermo, con partes negras y flácidas, y aun así no podía resignarse a dejarlo morir.
—No puedo creer que mataras tu planta —se burló su hermano menor—. ¿Sabes lo difícil que es matar un cactus?
—Cállate —respondió Aemond, molesto, sin apartar la mirada del pequeño cactus—. Aún se puede salvar.
—Aemond, esa cosa tiene moho.
—Se puede salvar.
—Está flácida.
—Completamente salvable... solo hay que cortar la parte fea y volver a plantarlo.
—Aemond, todo el cactus es... la parte fea.
—Tonterías—dijo él, decidido—. Le pediré ayuda a Helaena antes de que regrese a Dorne y quedara como nuevo.
El alfa observó la planta que había abandonado en la esquina de su escritorio durante casi un año, sintiendo una profunda culpa en el pecho. Aemond enderezó la planta en la maceta con cuidado, asegurándose de que quedara firme.
— A todo esto...¿Qué haces en mi cuarto, Enano?
— En primer lugar no soy enano, tu eres un gigante con tu 1.84 metros —dijo Daeron desde la puerta, apoyándose con despreocupación mientras observaba al alfa— Y en segundo, vine a ver si vas a donar algo. Madre se llevara las cosas antes de las seis.
—Es la caja junto a la puerta —respondió Aemond, todavía con la mirada fija en el cactus—. Pero no me entretengas, estoy ocupado.
Daeron rodó los ojos miró la maceta con curiosidad. Luego se agachó frente a la caja de ropa, revisando rápidamente el contenido.
— En serio, tres suéteres color borgoña— se burlo Daeron mirando los diferentes modelos de suéteres que había en la caja— ¿Por que tienes tantos suéteres?
— Son bonitos y las personas siempre me los regalan.
— Tiene sentido. Siempre has tenido gustos de anciano.
— No tengo gustos de anciano.
— Los 9 suéteres, 15 camisas y los 3 pantalones color caqui — señalo con la caja con burla— no mienten.
—Ay, cállateTu tienes gustos de tonto y no te digo nada,
— Me rindo— Daeron alzo sus manos con burla mientras intentaba buscar algo para desviar la atención, sus ojos se posaron a un lado de su escritorio en el sesto de basura específicamente en un libro de pasta dura color amarillo— ¿Ese es tu anuario?.
— ¡Vete de mi cuarto!— Fue ignorado por su hermano menor quien se apresuro a sacar el libro de la basura— ¡Daeron,salte de mi cuarto!.
— Estas exagerando, Aemond. ¿Saliste mal en tus fotos?— La sonrisa del pequeño alfa desapareció cuando su mirada se poso en aquellas paginas— oh. El profesor Cole firmo tu anuario.
Aemond levantó la mirada, con los labios apretados.
—Sí... —murmuró, intentando que su voz sonara indiferente— Es un buen profesor.
— Pero solo el lo firmo...A parte de Jace, ¿Cuántos amigos tienes?—Daeron lo miró con una mezcla de sorpresa y un dejo de pena, como si de repente comprendiera un poco más a su hermano.
— Tengo los amigos suficientes — Aemond contesto con molesto debido a que recordó como su mejor amigo lo había ignorado desde su pelea con Aegon y con ese sentimiento le arrebato el anuario a su hermano en el proceso chocando con el escritorio, provocando la caída de un par de cosas.
Una caja de regalos roja como la mas importante.
Daeron Targaryen fue testigo de como su hermano recogía con pánico el contenido de esa caja, evitando que viera su contenido; como si fuera un secreto y sonrió ante la idea de descubrirlo.
Chapter 5: The Last Day of Summer
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Aemond planeaba dormir hasta tarde aquel domingo, último día del verano, y devorarse un maratón de películas de REC, pero su madre tenía otros planes. Habían pasado dos días desde la partida amarga de Helaena y Aegon a la universidad, y por primera vez en mucho tiempo, Alicent decidió pasar tiempo "de calidad" con sus hijos menores.
Es necesario aclarar que, para Alicent Hightower, pasar tiempo de calidad significaba obligarlos a ir al septo y hacer caridad.
Así fue como Aemond terminó admirando el amanecer desde la ventana del carro de su madre. Los primeros rayos iluminaban las nubes con un intenso naranja y se filtraban entre bandadas de pájaros, anunciando el final del verano para Desembarco del Rey.
—Mamá, apenas son las siete —se quejó Daeron con falsa frustración—. La misa inicia a las ocho.
—Quiero hablar con el septón antes del sermón —respondió Alicent—. La semana del desconocido es en dos meses y no quiero que ese desviado de Laenor Velaryon acapare toda la organización.
—¿No se supone que eres amiga de los Velaryon? —cuestionó Daeron, sorprendiendo a Aemond. No sabía que su madre fuera cercana a ellos.
—No confundas la misericordia con los pecadores como actos de amistad —suspiró Alicent antes de encender la radio, dispuesta a torturar a sus hijos con alabanzas a los Siete, formando un ambiente terriblemente tenso—. Aemond, cariño, acomoda tu parche. No queremos asustar a nadie.
El alfa miró su reflejo en el retrovisor. El parche estaba perfectamente colocado, pero su atención se centró en la cicatriz que deformaba la mitad de su rostro.
—Deberías considerar usar la prótesis que te regalé. Tal vez así no te verías tan mal.
—¡MAMÁ! —exclamó.
—Solo digo la verdad, Daeron. ¿De qué le sirve a tu hermano ser alfa si ningún omega se le acerca?
—Usar la prótesis me causa conjuntivitis y la última vez me caí por las escaleras porque no puedo ver bien.
—La conjuntivitis no es tan grave y tu torpeza es por falta de práctica —dijo ella, mientras percibía las miradas indignadas de Aemond—. Solo digo que los buenos omegas se fijan en buenos alfas.
Para Aemond, quien a pesar de no considerarse atractivo se sabía un buen alfa, fue un puñetazo a su ya frágil autoestima. Nunca estuvo tan agradecido de llegar al septo.
Desde el estacionamiento pudo ver a Laenor Velaryon hablando con unas amigas de su madre frente a las puertas. Bajó del auto sintiendo la brisa mañanera. Estaba por iniciar su caminata al septo cuando su madre lo llamó:
—Aemond, puedes llevar las cajas con la septa Naerys —dijo señalando el pequeño edificio apartado—. Es allí.
—¿Puedo ayudar a Aemond? —intervino Daeron, percibiendo el aroma amargo que su hermano mayor desprendía.
—Primero vamos a saludar, cariño —dijo Alicent, tomando la mano de Daeron y guiándolo hacia sus amigas—. Deja a Aemond tranquilo por ahora.
El alfa desvió la mirada hacia las cajas llenas de cosas que su familia no quería.
—Buenos días, señor Targaryen —saludó la septa Naerys—. ¿Necesita ayuda?
—No, gracias —respondió Aemond apresuradamente, cargando tres cajas.
—Si lo prefieres, solo recuerda que es de sabios pedir ayuda.
La septa Naerys era meticulosa, organizando cada donación con un cuidado que hacía que incluso los feligreses más conservadores no pudieran cuestionar. El local, con aroma a cítricos frescos, parecía una boutique, y Lucerys no pudo evitar admirarlo mientras dejaba la última caja.
Un golpe en la puerta llamó su atención. Alguien cargaba varias cajas que amenazaban con caerse.
—Con cuidado, no se vaya a caer —advirtió la septa.
—Te ayudo —dijo Lucerys, acercándose a Aemond y percibiendo un aroma a pino con cedro que le resultó agradable.
Aemond suspiró aliviado por no haber derribado las cajas, pero su alivio duró poco. Un olor dulzón proveniente de las cajas frente a Lucerys llamó su atención.
Sus ojos se encontraron con unos preciosos ojos verdes y un rostro lleno de pecas.
—Lucerys —su nombre escapó con sorpresa, fue como ver un fantasma.
—Aemond —respondió el omega con una sonrisa que no alcanzaba a sus ojos, mientras el cabello corto apenas le rozaba los hombros, lleno de rizos rebeldes.
—Tu cabello... —Aemond tartamudeó, sintiéndose torpe—. Digo... se ve bien corto. también te quedaba bien largo, pero ahora se ve bien... solo quería decir que te queda muy bien. ¿Qué tal el verano?
Lucerys parpadeó, confundido. En defensa de Aemond ese no era el chico que recordaba: cabello largo y ondulado, moños, blusas delicadas y faldas. Ahora llevaba overol de mezclilla y camiseta blanca sencilla, con un parche de Hello Kitty en el cuello que apenas dejaba percibir un rastro suave de lavanda y jazmín.
El alfa noto que entre las cajas había peluches de colores pastel y toda la ropa que marco el estilo de Lucerys durante los ultimos años.
—Bien... fui de excursión —respondió con incomodidad—. ¿Y el tuyo?
—Bien —contestó Aemond.
La septa Naerys, curiosa, miraba discretamente la incómoda interacción. En un acto divino un peluche con forma de conejo cayó al suelo; Aemond lo recogió con torpeza y se lo extendió.
—Gracias —murmuró Lucerys, con la misma sonrisa leve.
—¿Por qué... donas todo esto? —preguntó Aemond.
—Porque ya no me sirve —respondió Lucerys, guardando el peluche—. Muchos recuerdos.
La respuesta quedó suspendida entre ellos. Aemond no insistió; lo miraba, sintiendo la extraña mezcla de lo conocido y lo desconocido, recordó con amargura el actuar de Dalton.
Un destello cruzó su memoria: la carta de amor guardada en la caja roja, recuerdo de su infantil enamoramiento frustrado por Dalton Greyjoy.
—¡Luke! —gritó Daeron, irrumpiendo con entusiasmo—. No sabía que estarías aquí.
—¡Cuánto has crecido! —Lucerys abrió los brazos para abrazar a Daeron, dejando a Aemond confundido—. ¿Qué tal tu verano?
—Ya no soy un niño. Mañana entro a secundaria —respondió él con orgullo—El verano estuvo bien pero extrañé tus galletas de mantequilla... son las mejores.
—Creí que mis galletas eran las mejores —Comento Aemond con indignación.
—No les pones nueces a la mezcla —intervino Daeron.
—Solo fue una vez. —Aemond rodó los ojos
—Terminé en urgencias, ¿recuerdas?
" 08 de Marzo de 2018
Querida Lucerys.
Gracias por el libro, ¿Cómo supiste que me gustan los dinosaurios? ¿Helaena te lo dijo? Y también gracias por las galletas de mantequilla. ¿Las hiciste tú? Estaban tan ricas que me las comí solo mientras veía ese programa de pasteles que pasan en la tele.
Intente ser amable cuando recibí tu regalo pero me tomaste desprevenido, eres el primero en la escuela que recuerda mi cumpleaños, aun conservo la caja de regalo, ¿Necesitas que la devuelva o puedo conservarla?, Es que me gusta el rojo me recuerda a la navidad pero sin la alergia a los pinos, ¿A ti te gusta la navidad?, ¿Si quieres podemos almorzar juntos?. Mamá siempre me envía un paquete de galletas extra para compartir y hacer amigos........."
Chapter 6: New Year, New Life.
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El reloj marcaba las cuatro de la mañana cuando Aemond abrió su ojo. Apartó de golpe las sábanas, sofocado por el calor húmedo de Desembarco del Rey. Se incorporó despacio, con el cuerpo entumecido, y miró su teléfono: todavía le quedaban dos horas de sueño. Maldijo en silencio, cerró el ojo y suspiró.
El zumbido del celular lo hizo abrirlo de nuevo; la pantalla iluminó la habitación y un nombre apareció con una foto ridícula: Aegon.
—¿Qué quieres? —gruñó Aemond.
—Siempre tan amable —se burló Aegon, con esa risa que arañaba—. Y yo extrañándote.
—Aegon… son las cuatro de la mañana. —Aemond apretó la mandíbula—. ¿Tu primera clase no es a las diez?
—No podía dormir. Hace calor. —Un silencio pesado antes de que añadiera—: Estaba pensando… no me fui de la mejor manera. ¿Cómo están?,¿Alicent ya esta sobre ti?
—Estamos bien. Aunque Daeron te extraña. —Aemond dudó un segundo, sintiendo un nudo en el pecho—. Mamá… solo insiste en que haga amigos.
—mmm... ya veo...¿Y Jace?,¿has hablado con el? —la pregunta cayó como piedra en agua quieta. Aemond solo tragó saliva — No quiere hablar conmigo, pensé que contigo seria diferente.
—No hemos hablado desde… desde que ustedes terminaron. Hasta dejó el trabajo con la señora Rivers.
—Lo siento, no quería arruinar su amistad.
—No está arruinada. Jace solo… necesita tiempo para procesar lo que paso. Al final todos sabemos que fue lo mejor.
—¿Que termináramos fue lo mejor? —la voz de Aegon sonó afilada, como si esperara una pelea— ¿Estas insinuando que Jace y yo no eramos buenos juntos?.
—Yo no dije eso...Te recuerdo que tú mismo dijiste que no sabías cómo seguir con la relación, que lo de la distancia era imposible....No entiendo tu molestia.
—Eres imposible —bufó Aegon, con amargura—. En fin… que tengas un bonito día, hermanito. Y no olvides… hacer amigos.
La llamada se cortó antes de que Aemond pudiera responder. Se quedó mirando el techo, con el estómago revuelto. El sueño ya era imposible.
Se levantó, encendió la ducha y dejó que el agua caliente lo relajara. Luego usó todo el skin care que Helaena le había dado. Era el primer día de clases de su último año, y aunque no lo admitiera en voz alta, estaba decidido a causar una buena impresión.
El vapor de la ducha se disipaba todavía en el espejo cuando Aemond salió, envuelto en una toalla. Se detuvo frente a su clóset, el estómago encogido. Había preparado un par de camisas la noche anterior, pero en ese momento ninguna le parecía suficiente. Demasiado formal, demasiado simple… demasiado notorio.
Se puso una negra, luego la cambió por una azul claro. La ajustó frente al espejo y volvió a quitársela. Tal vez era demasiado formal, demasiado lejano. Tal vez vestirse casual y cómodo lo haría ver accesible y amigable. Termino escogiendo su playera guinda favorita, sus pantalones caqui y sus converse blancas.
El siguiente dilema fue el cabello. A la por debajo de las oreja, cayendo como una cortina sobre el lado izquierdo de su rostro. Lo recogió en una coleta, se observó y de inmediato lo soltó, dejando que le cubriera la cicatriz. Dudó incluso si usar un gorro, pero la idea lo hizo sentir todavía más ridículo. termino en una media coleta que despejaba parcialmente su rostro, dejando al descubierto la cicatriz que atravesaba su cuenca vacía.
Por un momento se sintió incomodo.
Encima del escritorio lo esperaba lo inevitable: la pequeña caja blanca. Su madre debió haberla dejado allí durante la noche, como una orden silenciosa.
Usar la prótesis de cristal que simularía el ojo que le faltaba.
Aemond la sostuvo entre los dedos, considerando la situación; odiaba tener que usar esa prótesis siempre terminaba con la mitad del rostro irritado y enrojecido, en ocasiones con salpullido y su cuenca con una conjuntivitis severa pero al menos por un par de horas seria casi normal.
Cuando cruzo el umbral de la cocina para desayunar se encontró con la mirada sorprendida de su madre y su hermano.
— Wow... simplemente...WOW— dijo Daeron incrédulo,escaneando a su hermano con la mirada — ¿Por que te pusiste eso?.
—Callate— Su madre intervino sin apartar la mirada de Aemond— Tu ojo se ve bien.... si no fuera por la cicatriz nadie se daría cuenta.
— ¿Me veo mal?— Aemond miro a su madre y hermano en busca de aprobación.
— No, te ves muy bien— Alicent apartó la mirada mientras bebía su café, acelerando el momento incómodo.
—¿Daeron?.
Un claxon sonó a lo lejos, anunciando la llegada del autobús escolar y rompiendo la tensión. Aemond se apresuró a tomar una manzana y guardarla en su mochila.
—¡Vámonos, Daeron! —ordenó sin dar lugar a quejas mientras caminaba hacia la salida principal—. Adiós, mamá.
—Tengan un buen día —dijo Alicent, sonriendo con suavidad.
Aemond caminó por el patio sin esperar a su hermano, quien tropezaba torpemente intentando alcanzarlo. Tenían que caminar hasta el final de la calle para tomar el autobús escolar.
—¿Por qué debemos ir en autobús? —preguntó Daeron con indignación—. Tenemos un carro extra.
—Eres muy joven para tener licencia —aclaró Aemond—. Y yo demasiado ciego para manejar.
Daeron ni siquiera tuvo oportunidad de responder cuando un ligero claxon llamó su atención. Voltearon y vieron una Jeep roja que se acercaba, dejando sonar una melodía pop. Cuando llegaron a su altura, el vidrio se bajó revelando Lucerys Velaryon.
—¡Hola! —dijo con entusiasmo—. ¿Quieren que los lleve?
—¡Sí! —Daeron no esperó la aprobación de su hermano y se apresuró a entrar a la camioneta, dejando a Aemond perplejo, quien resignado subió al asiento del copiloto. Un suave aroma a lavanda lo recibió, no lo suficientemente fuerte para molestarlo—. No olviden sus cinturones.
—Gracias por llevarnos —dijo tímidamente.
—No hay de qué…espero que no te moleste la música de One Direction.
—¡Pero que sea de Four! —pidió Daeron con entusiasmo. El omega le pasó su teléfono para que escoja la canción. Aemond se inclinó sutilmente, confundido.
—¿Quién es One Direction? —preguntó, con curiosidad.
—Fingiré que no dijiste eso, Aemond —dijo Daeron, fingiendo indignación, pero todos dejaron escapar una risa ligera al mismo tiempo mientras la música comenzaba a sonar.
"Counted all my mistakes and there’s only one
Standing up from the list of the things I’ve done
All the rest of my crimes don’t come close
To the look on your face when I let you go"
Aemond observó a su hermano y al omega cantar con entusiasmo y no pudo evitar sonreír ante la escena. Pero entonces lo sintió: un pequeño cosquilleo, lento y silencioso, en su ojo izquierdo.
Sujetó sus manos con fuerza para no empezar a frotar su ojo. No había traído el parche , ni la ventosa por lo que no podía quitarse aquella prótesis.
Mientras Daeron y el omega continuaban cantando sin notar su incomodidad, Aemond cerró los ojos un instante y respiró hondo, recordándose que debía mantener la calma.
Seria un día muy largo.
Chapter 7: Same year, Same life
Chapter Text
La esperanza no siempre era el mejor sentimiento que Lucerys podía tener; después de todo, su verano había estado lleno de esperanzas.
La esperanza de que Maris fuera su mejor amiga.
La esperanza de que todos sus amigos lo apoyarían sin importar qué.
La esperanza de salvar su relación con Dalton.
La esperanza de que Dalton fuera una buena persona.
La esperanza era un trago amargo para Lucerys pero en ese momento, en compañía de Aemond y Daeron, la idea de que todo mejoraría no parecía tan lejana. No negaría que tenía miedo de volver a la escuela y enfrentarse a todos. Tal vez por eso se había ofrecido a llevar a los hermanos Targaryen.
—¿Cuál es tu primera clase? —la tímida pregunta, acompañada de un tenue aroma a pino, interrumpió su estado de disociación.
—Historia Universal. ¿Y la tuya? —desvió la mirada apenas para regalarle una breve sonrisa al alfa.
—Física I, con Eustace —las mejillas del alfa se tiñeron de rojo ante el entusiasmo de su respuesta—. El año pasado nos dio trigonometría; es un buen maestro.
—Me mandó a extraordinario.
—Ah...
En ese momento, cualquier intento de socialización por parte del alfa murió, y el omega quiso patearse a sí mismo por arruinarlo.
Aemond se acomodó en el asiento y miró por la ventana; Lucerys tamborileó los dedos sobre el volante, buscando algo que decir y fallando en el intento.
No era un silencio hostil, pero tampoco cómodo.
Por momentos, Lucerys lo miraba de reojo: el perfil concentrado de Aemond, la tensión marcada en su mandíbula, el leve movimiento de su pierna que delataba nerviosismo. Quizá él también estaba nervioso.
Daeron, ajeno a todo, tarareaba Fireproof, llenando el aire con la melodía que salía por los altavoces. Fue un alivio ver finalmente la fachada de la escuela a lo lejos.
—Llegamos —anunció Lucerys, con un nudo en el estómago al ver la multitud de estudiantes—. El estacionamiento debe estar lleno, ¿quieren que los deje aquí?
Aemond frunció ligeramente la nariz al percibir el tenue aroma agrio que se desprendía del omega. Lo miró entonces, notando cómo sus manos se aferraban al volante y cómo el color abandonaba su rostro.
Esta sería la primera vez que Lucerys regresaría a la escuela desde la publicación de ese video y el omega tenia miedo.No estaba seguro de ser la mejor compañía, pero tampoco quería dejarlo solo.
—Aún es temprano —dijo con voz firme pero suave—, podemos acompañarte.
—Gracias.
Lucerys respiró hondo antes de girar el volante para entrar al estacionamiento. No es que alguien pudiera reconocer su auto a simple vista, pero el murmullo de los estudiantes, las risas y el sonido de las puertas golpeando el aire lo hicieron encogerse un poco en su asiento.
"¿Era demasiado tarde para volver a casa?"
El auto se detuvo en el primer lugar disponible. Aemond bajó primero, ajustando la correa de su mochila al hombro, y luego rodeó el auto para abrir la puerta del copiloto de Daeron y ayudarle a bajar. Fue un gesto automático, pero cuando terminó, se quedó ahí, de pie, mirando a Lucerys.
El omega seguía aferrado al volante. El temblor leve en sus manos era casi imperceptible, pero Aemond lo notó.
—Lucerys —llamó con voz baja y, tras asegurarse de que nadie prestaba atención, alzó un poco el tono—. ¡Lucy!
El chico levantó la vista, un poco asustado. Aemond sostuvo su mirada. Intentó regalarle una sonrisa amable. La puerta del auto se abrió lentamente con la ayuda del alfa.
—Todo va a estar bien —dijo Aemond con falso entusiasmo. Lucerys asintió despacio, soltó el aire que no sabía que contenía y finalmente bajó del auto con ayuda del alfa que amablemente ofreció su mano.
Daeron, que observaba desde un costado, fingió revisar su mochila para ocultar una sonrisa pícara. Pero su mirada no podía evitar posarse en ellos, y una idea empezó a formarse en su mente.
Cuando los tres comenzaron a caminar hacia la entrada, comenzaron los susurros y las miradas lascivas de algunos alumnos:
"¿Qué se hizo en el cabello?".
"Está muy delgado..."
"¿Dónde están todas sus curvas?".
"Escuché que pasó su verano en rehabilitación".
"Yo diría que se ve enfermo, ¿crees que fue por lo de Dalton?".
"No sé qué le vio Dalton."
Aemond, que no había soltado la mano de Lucerys, le dio un ligero apretón en señal de apoyo.
La esperanza no siempre era el mejor sentimiento que Lucerys podía tener, pero en ese momento se permitió tener la esperanza de que todo mejoraría, esta vez podría hacer las cosas bien.
Era como decían: Nuevo año, nueva vida.
Aemond por su parte estaba en un severo pánico interno: era la primera vez que tomaba a una persona de la mano y era extremadamente consiente de que en cualquier momento su mano iba a empezar a sudar de una manera exagerada pero no quería soltar a la delicada mano de Lucerys por miedo a hacerlo sentir mal y parecer grosero.
Su pánico se veía aderezado con la molestia que aparecía cada par de segundos en su ojo izquierdo imposible de ignorar; cada punzada lo hacía querer frotarse el ojo.
"Veo que no perdió el tiempo".
El comentario con un tono que destilaba veneno logró sacarlo de sus pensamientos intrusivos, para prestar atención a su alrededor, notando algunas personas que los miraban fijamente mientras susurraban entre ellos.
"¿El es el hermano de Aegon?...no lo recordaba tan lindo"
"Estoy segura que le faltaba un ojo"
"Escuche que su padre se lo quito"
La mención de su padre entre aquellos murmuros, le provoco vértigo: una presión en el pecho, un nudo en el estomago e incluso por un momento sintió la bilis subiendo por su garganta, por unos segundos todo el ruido se volvió un zumbido distante.
Fue entonces cuando sintió un suave roce en su mano. Lucerys, con el pulgar, dibujaba círculos sobre su piel, un gesto torpe pero sincero de consuelo
— Perdóname— susurro el omega con pena.
— No es tu culpa.
— ¡AEMOND!— El pánico de Aemond llego a un nuevo nivel, apartando bruscamente la mano de Lucerys antes de hacer contacto visual con Jacaerys se acercaba, con el ceño fruncido y ese aire que mezclaba autoridad y desdén.
En ese momento la esperanza de Lucerys murió ante la mirada molesta que Jacaerys le dirigía. El no tendría un nuevo año, una nueva vida, estaba condenado y anclado al pasado, condenado a vivir el mismo año, la misma vida.
Chapter 8: The Wretched Dalton Greyjoy
Summary:
Dalton es el jefe final. Estoy emocionada por la introducción del villano de la historia. ¿Ustedes que piensan?
Creo que todo se resume en "Dalton y Lucerys el inicio de todo".
Notes:
(See the end of the chapter for notes.)
Chapter Text
No era un buen día.
Todo inició mal cuando despertó tarde y tuvo que bañarse con agua fría porque su madre prefirió comprar una televisión nueva en lugar de pagar la factura del gas. La cereza del pastel fue que su amigo llegara treinta minutos tarde para llevarlo a la escuela.
—No sabía que un conductor ebrio iba a chocar con tres carros —mencionó Jason a modo de disculpa—. No era necesario esperarme.
—Mi camioneta sigue en el taller —le recordó Dalton.
—¿Todavía? —cuestionó Jason, intentando terminar la tensión del coche—. Amigo, creo que te están estafando. Nadie se tarda más de un mes en arreglar un aire acondicionado.
—También lo pienso, pero mi papá es quien se encarga de eso, y ya sabes cómo es —intentó que su voz no delatara su ligero nerviosismo.
No había considerado el detalle del tiempo cuando empezó a decir que su "camioneta estaba en el taller" hacía un par de semanas. En realidad, él nunca tuvo una camioneta. Ni siquiera se tomó la molestia de aprender a conducir. Ese siempre había sido asunto de Lucerys: su pequeño y complaciente Lucerys, quien nunca tuvo problemas en manejar por toda la ciudad y llevarlo a donde él deseara... incluso lo dejo fingir que la camioneta era suya.
Pero su pequeño omega se había ido, y con él: un bonito jeep rojo.
—Bro, ¿y al final sí te vas a quedar en el equipo este semestre? —preguntó el alfa rubio, bajando el volumen del estéreo— Escuche que los ciervos quieren hacernos difícil la temporada.
—Aun no lo sé. Mi mamá quiere que me cconcentre en mejorar mi promedio —respondió Dalton con una sonrisa ensayada, de esas que funcionaban bien en los comerciales de pasta dental—. Amenazo con no pagar las cuotas este año, incluso convenció a mi padre de apoyar su locura.
—Está exagerando. Ni siquiera tienes tan mal promedio. Se supone que tu novio se encargaba de eso —una sonrisa burlona apareció en el rostro de ambos—. Apuesto que estará rogando por volver contigo. No dudes que sería capaz de escribirte las solicitudes para la universidad.
—Creo que aún está un poco enojado por el video. No pude hablar con él durante todo el verano.
—Es normal que esté un poco enojado. ¿Te recuerdo cómo pasaste el verano? —Los dos compartieron una risa pícara ante los recuerdos.
—Mira el lado bueno: ahora eres soltero. Vas a tener a todos esos omegas a tus pies. Lucerys es bonito, pero no es nada comparado con los de nuevo ingreso —el comentario de Jason lo incomodó. ¿Quién era él para juzgar a Lucerys?
Su delicado, gentil y frágil omega.
El omega que perdonaba todos sus defectos y resaltaba sus virtudes.
Su omega.
Al llegar al estacionamiento, un par de sus amigos ya los esperaban. Eso mejoró su ánimo ante la oportunidad de, entre risas, regodearse de su verano: las fiestas, el sexo y, luego, inevitablemente, el video que —en sus palabras— era una obra cinematográfica donde él era presentado como un dios del sexo.
—Hombre, todavía no supero esa joya —se burlo uno de sus amigos—. Nunca pensé ver al pequeño Velaryon así. ¿Quién diría que sería tan flexible?
—La parte en donde lo ahorcas es la mejor. Un orgasmo visual—Dalton rio sin gracia. No le gustaba cómo hablaban de su omega, ni la idea de que lo hubieran visto, pero los halagos a su virilidad evitaban el uso de la violencia.
—Es un buen omega. Si le ofrecen lo suficiente —hizo una seña con los dedos indicando dinero— no los rechazaría.
Fue entonces cuando lo vio. A la distancia, Lucerys caminaba entre la multitud, tomado de la mano de alguien.
Un chico alto, de cabello claro. Un alfa.
¿Quién se creía ese idiota?
Dalton frunció el ceño al reconocer al chico como Aemond Targaryen, el tuerto. Tuvo que reprimir un gruñido que amenazaba con escapar de su garganta. La escena ante sus ojos era insoportable de ver: una pareja que realiza un gesto tan simple como tomarse de la mano. Casi parecía inocente, pero Dalton sabía lo que era.
Una provocación.
¿De verdad?
¿Después de mí, eso?
—Parece que Lucerys encontró algo de compañía —comentó Jason en tono burlón.
—Sí —respondió Dalton, y por dentro el odio se acumuló como un gusano que se desliza bajo la piel— Al parecer algunos se conforman con tan poco.
Se pasó la lengua por los dientes, notando como sus colmillos crecieron un poco y sonrió, pero un sentimiento amargo se formó en su estómago.
No vas a olvidarme tan fácilmente.
No después de todo lo que sé de ti.
Y entonces apareció Jacaerys, acercándose a ellos con un semblante tenso. Dalton lo observó con una mezcla de fastidio y curiosidad.
¿Jace haría una escena de celos?
¿Aún no superaba a su omega?
Jace saludó a Lucerys, Aemond, incluso al pequeño Daeron, que testaba detrás de ellos. Era una escena tan... tensa, que una sonrisa burlona se formó en el rostro de Dalton. No todo estaba perdido.
Vio cómo, al cabo de un momento, Lucerys se alejaba solo con Daeron, despidiéndose de los otros dos. Estaba huyendo. Dalton inclinó la cabeza, observando la escena con una calma tensa.
—Tal vez debería ir a saludarlo —murmuró, más para sí que para sus amigos.
—¿A Lucerys? ¿Después de todo eso? —preguntó uno de ellos, confundido.
Dalton sonrió. Esa sonrisa suya que nunca llegaba a los ojos.
—Sí. Quizá sea hora de... disculparme.
Esto no había terminado.
Lucerys no se iría tan fácil.
De eso se encargaría él.
A unos metros de Dalton ocurría una interesante conversación entre dos alfas.
—¿Lucerys y tú? ¿En serio? —preguntó un indignado Jacaerys, cruzándose de brazos—. Te dejo de hablar una semana y apareces con ese omega.
—Solo estaba siendo amable al traernos a la escuela —Jace soltó una risa breve, cargada de burla —Aunque no lo creas, Lucerys es una persona amable.
—¿Eso crees? Después de siete años, ¿mágicamente se acordó de su amistad?— Se burló el castaño y la mandíbula de Aemond se tensó en respuesta— Solo es amable porque está desesperado.
El aire pareció hacerse más denso entre ambos alfas, sin notarla el aroma a menta con hierbabuena de Jacaerys se había intensificado buscando imponerse al aroma a pino y cedro de Aemond.
—Entonces... ¿solo una persona desesperada sería amable conmigo? —preguntó Aemond, su voz más baja, casi sin mirarlo.
El silencio de Jace duró unos segundos demasiados largos.
—Sabes que no es lo que quise decir —corrigió con incomodidad —. Solo digo que Lucerys es bonito, popular, hasta hace un verano salía con Dalton. ¡Por los dioses, Aemond!
—Eres un idiota. —La frase salió más rápido de lo que pensó. El insulto lo sorprendió tanto a él como a su amigo—. ¿Tan perdedor me crees, que un omega bonito solo me hablaría si está desesperado?
—No dije eso —negó el castaño, fastidiado—. Estás tergiversando las cosas, igual que tu hermano.
Aemond sonrió con amargura, una sonrisa que no llegó a sus ojos.
—Claro. Porque Aegon y yo somos los tontos, ¿no? Los que tergiversan tus palabras y no porque tú seas un idiota.
Sin esperar respuesta, empezó a caminar. Jace lo detuvo sujetándole la muñeca.
—Piensa lo que quieras —dijo con voz más grave, por un momento pareció que quiso usar su voz de mando —pero Lucerys no es amable solo porque sí.
— Hasta parece que lo conoces— La mirada de Jace se endureció.
— Piénsalo un segundo: ya no está con Dalton, no tiene amigos, ya no es el capitán de las porristas, todos se burlan de él y justo ahora, después de siete años, decide hablarte. ¿No te parece curioso?
Aemond apartó el brazo con un gesto brusco, sin atreverse a mirarlo. No dijo nada. Caminó con la garganta cerrada y un nudo en el pecho que no supo nombrar. Las palabras de Jacerys lo persiguieron hasta el aula, aumentando la molestia de su ojo izquierdo.
Lucerys no es amable solo porque sí .
Durante su primera clase, Aemond intentó concentrarse, pero el ardor en su ojo izquierdo lo distraía más que cualquier palabra que saliera de la boca del profesor Eustace. La prótesis parecía encajada con fuego; cada movimiento del ojo sano le punzaba hasta las sienes.
Al principio pensó que podía soportarlo, frotándose el ojo cada pocos minutos cuando la comezón era insoportable. No quería ser ese alumno que sale a mitad de la clase el primer día. Pero cuando las letras en la pizarra empezaron a doblarse y las lágrimas recorrieron su rostro, levantó la mano, llamando la atención del profesor.
—Disculpe… ¿puedo ir al baño? —murmuró, intentando no llamar la atención de sus compañeros.
El profesor asintió apenas, y Aemond salió al pasillo, con una mano sobre el costado del rostro, intentando ignorar el cosquilleo que le subía hasta la garganta.
El edificio era nuevo para él. No reconocía los pasillos ni podía leer los carteles. Cuando empujó la puerta del baño, no reparó en el letrero: Omegas/Betas femeninas, acompañado de la silueta de una mujer con vestido. Solo buscaba un lugar donde aliviar el dolor antes de arrancarse la prótesis con las uñas.
—¡Carajo! —susurró al verse reflejado en los espejos del lavamanos.
El área donde estaba la prótesis se veía roja, adornada con un pequeño sarpullido e incluso inflamada. Tocó la zona con cuidado para comprobar la temperatura, pero tuvo que apartar rápidamente la mano ante la punzada de dolor.
—¡Mierda!
El baño estaba vacío, silencioso. Al menos eso pensó, hasta que escuchó una voz apagada proveniente del último cubículo:
—¿Aemond?
Se quedó quieto. Por un momento pensó en salir corriendo, pero al ver por el espejo a Lucerys con la mirada enrojecida, marcas en la mandíbula y el labio inferior con una fina línea de sangre seca, se quedó paralizado. Lucerys parecía aún afectado por la agresión de Dalton, y Aemond sintió un nudo en el pecho al verlo así.
—¿Estás bien? —preguntó Lucerys.
—Sí… —respondió Aemond, aunque su voz sonó rota, como si apenas se sostuviera.
Por un momento, ninguno de los dos se movió. Solo el murmullo del agua en una de las tuberías llenaba el aire. Aemond tragó saliva, intentando concentrarse en otra cosa, pero el ardor en su ojo lo recordó por qué había llegado allí.
—¿Qué pasa?
—La prótesis —murmuró Aemond, bajando la mirada—. Me está lastimando.
Lucerys caminó hacia él con esa dulzura casi inconsciente que lo caracterizaba.
—¿Puedo ver? —Aemond dudó un momento antes de asentir lentamente—. ¿Es la primera vez que la usas?
Lucerys se acercó despacio, cuidando de no tocarlo bruscamente. Extendió lentamente sus manos, apoyándolas con cuidado en las mejillas de Aemond. Este sintió un nudo en el estómago, no por dolor, sino por la sensación de estar completamente expuesto.
Esperó un gesto de repulsión, pero Lucerys solo lo observó con serenidad, y finalmente dijo:
—Debe doler mucho.
—A veces —respondió él, apenas audible.
—Necesitas quitártela, te está lastimando —dijo Lucerys, apartando suavemente sus manos de su rostro—. Deberíamos ir a la enfermería.
Aemond asintió débilmente, dejando que Lucerys lo guiara hacia la puerta. Su cercanía le permitió oler el aroma de jazmín y lavanda del omega, y de inmediato se sintió más calmado, aunque la sensación de angustia no desapareció del todo.
La frágil calma se rompió cuando sus ojos se centraron en las marcas en el rostro de Lucerys: nariz roja, hematomas y restos de lágrimas secas. Aemond frunció el ceño.
—¿Qué te pasó en la cara?
—La puerta de mi casillero se atascó y me pegué en el labio —respondió Lucerys, con voz calmada, pero Aemond dudó de su explicación al ver las manchas de sangre en su playera.
A lo lejos, Dalton los observaba desde el final del pasillo, sus ojos fijos, brillantes y cargados de furia contenida.
Ese tuerto abrazando a su omega como si le perteneciera.
Los veía juntos, apoyados el uno en el otro, y una mezcla de celos y rabia lo consumía por dentro.
Quiso acercarse, advertirlos, recordarle a Lucerys a quién pertenecía Pero algo más oscuro lo detenía: la idea de hacer que Aemond se alejara de su omega. Su mente repasaba cada escenario, cada gesto que pudiera intimidarlo, y una sonrisa fría se dibujó en sus labios.
Lucerys era suyo.
Siempre lo había sido.
Siempre lo sería.
Sus dedos se apretaron en puños, los nudillos blancos, mientras los seguía con la mirada, cada paso de la pareja grabándose en su memoria. Dalton se quedó allí, inmóvil y silencioso, consumido por los celos , planeando su próximo movimiento.
Esperaba su momento para hacer que Lucerys volviera a él.
Notes:
Mi parte favorita del capítulo es cómo Aemond se refiere a Lucerys como una PERSONA amable , y no simplemente como un omega o una pareja. En lo que llevamos de historia, Aemond es el único que se ha referido a Lucerys como una persona.
Chapter Text
Era una situación humillante.
El olor a desinfectante le resultó incómodo. Aemond estaba acostado en la camilla con una capa de hidrocortisona sobre la mitad del rostro, cuya piel se veía enrojecida e hinchada. Lo único bueno era que la inflamación en la cuenca izquierda disimulaba la ausencia de su ojo.
—Haré que llamen a tu madre para que venga por ti —mencionó la enfermera mientras terminaba de llenar su reporte. Luego miró a Lucerys—. También haré que el director firme un justificante por las clases que perdiste, pero después del receso debes volver.
—Gracias —comentó Lucerys desde la banca al lado de la camilla, presionando una compresa fría contra su barbilla.
—Iré rápido a la dirección —informó la enfermera con voz clínica—. No tardo.
El silencio que quedó entre ellos no era incómodo, pero tampoco reconfortante.
—¿Te sientes mejor? —preguntó el omega con cierta timidez.
—Siento la cara caliente, pero no me molesta tanto.
—¿Es la primera vez que te pasa? —Aemond negó con la cabeza, y la preocupación se reflejó en el rostro de Lucerys—. Si te lastima, ¿por qué la usas?
—A veces me irritaba el ojo, pero nunca había sido tan grave —murmuró Aemond, con un poco de vergüenza—. Hmm... gracias por ayudarme.
—Cuando quieras —intentó sonreír Luke, pero el labio partido lo traicionó. Aemond frunció el ceño al notarlo.
—¿Te duele mucho? —preguntó con suavidad.
—No, no, solo es un poco incómodo —Lucerys se llevó la mano al labio, sorprendido por la pregunta—. ¿Puedes creerlo? ¿Quién diría que soy tan torpe al caminar?
El alfa frunció el ceño, observándolo con cierta cautela.
—Pensé que fue con la puerta de tu casillero —dijo en voz baja. No fue una acusación, solo curiosidad disfrazada de preocupación.
Lucerys cubrió su labio con la mano, sorprendido, como si recién recordara la mentira del baño. —Amm.., avancé sin notar la puerta del casillero —se justificó con una ligera sonrisa.
—Ya veo. Deberías tener más cuidado con las puertas —respondió Aemond con una sonrisa forzada. No porque creyera la excusa, sino porque no quería abrumarlo.
Lucerys soltó una pequeña risa nerviosa, agradecido.
Aemond pensó en lo que decían de él —los rumores, las risas que había escuchado durante el verano, incluso esa misma mañana— y sintió un dejo de pena por Lucerys.
—Si necesitas cualquier cosa... la que sea —dijo Aemond, sin mirarlo directamente—, no dudes en pedírmela.
Lucerys lo miró un segundo, sorprendido, antes de asentir con una sonrisa pequeña.
—Lo tendré en cuenta.
Aemond apoyó la cabeza contra la camilla y cerró su ojo, dejando que el cansancio lo alcanzara por fin. Era la primera vez en todo el día que se permitía relajarse. No pensó en Jacaerys, Aegon o Daeron; solo en lo inusual que resultaba sentirse tranquilo al lado de alguien más.
El aire tenía un ligero aroma a lavanda y jazmín, el aroma de Lucerys. Tal vez por eso, o por simple confianza, olvidó la incomodidad de su rostro. Por un instante, fue solo Aemond.
Mientras Aemond por fin encontraba un momento de calma, su hermano menor cruzaba los pasillos del colegio con un propósito muy distinto.
Cuando el timbre que anunciaba el receso sonó, Daeron rechazó almorzar con sus nuevos amigos. Prefería buscar a su hermano mayor.
La idea de que Aemond comiera solo le estrujaba el pecho.
Caminaba por el corredor con su lonchera de PAW Patrol, la que Helaena le había regalado por su cumpleaños, cuidando de no tropezar con los grupos que se formaban cerca de las ventanas.
No había muchas opciones donde buscarlo: o estaba en la sala de profesores con el profesor Cole o, como casi siempre, en la biblioteca.
Decidió empezar por la biblioteca. No solo porque el aroma a papel y madera vieja le resultaba agradable, sino porque la señora Waters solía poner un aromatizante de manzana con canela que lo hacia agradable.
Su sorpresa fue grande al no ver a su hermano en ningún rincón. Por un momento temió que Aemond realmente estuviera almorzando con el profesor Cole.
Suspiró y se internó entre los estantes.
—Aemond… —susurró, sin recibir respuesta.
Estaba a punto de rendirse y marcharse cuando escuchó una voz conocida.
—¿Lucerys y Aemond? No me hagas reír.
Daeron se detuvo. Se asomó con cuidado, apartando un par de libros para mirar. Jacaerys hablaba con una omega bonita. Maris, recordó Daeron. Una vez acompaño a Lucerys mientras lo cuidaba.
—Yo los vi juntos esta mañana —dijo la chica con tono burlón—. Tu amigo lo llevaba de la mano, como un niño pequeño.
—No digas tonterías, Maris —bufó Jacaerys, el ceño fruncido—. Conoces a Lucerys. ¿Por qué se fijaría en Aemond?
—Si lo miras desde cierto ángulo, es lindo —comentó ella, sonriendo ante la mirada de fastidio del alfa—. Además, es listo y amable.
—A Lucerys le gustan los idiotas. Pregúntale a Dalton. —Jacaerys soltó una risa amarga, pero Maris no pareció compartirla.
—Lucerys puede ser un tonto, no lo niego —dijo ella, bajando la voz—. Pero solo trataba de ver lo mejor de Dalton… silo piensas es un poco triste.
—¿Triste? —replicó Jacaerys, demasiado rápido—. Lucerys se lo buscó.
Maris lo miró con una expresión que Daeron no supo descifrar.
—Aún estás molesto con él —dijo suavemente—. Pero Lucerys solo quería hacerlo feliz.
—¿Por qué lo defiendes tanto? —preguntó Jacaerys, esquivando su mirada.
Maris bajó los ojos, jugueteando con el cierre de su mochila.
—Porque fue mi amigo —murmuró casi para sí—. Y no merecía lo que Dalton le hizo.
El silencio que siguió pesó más que todos los libros alrededor.
— Mira —dijo Jacaerys, cruzándose de brazos—. Lo mejor que le puede pasar a ese omega es que alguien lo tome en serio — Maris se removió, incómoda. —Créeme, Aemond Targaryen no será esa persona.”
Daeron sintió un nudo en el estómago. Retrocedió despacio, procurando no hacer ruido. Su mente bullía.
¿Lucerys y Aemond?
¿De qué estaban hablando exactamente?
¿Por qué Jacaerys sonaba tan herido?
Se alejó de aquella escena intentando procesar aquella conversación. Hasta ese momento el nunca había pensado que Lucerys y Aemond podrían ser amigos o algo mas.
Pero en ese momento tuvo sentido.
Lucerys y Aemond.
Ambos eran amables, graciosos y divertidos.
Les encantaban las comedias románticas.
Fingían que no les daba miedo ver películas de terror con él.
Le preparaban galletas.
Lucerys tenía muchas plantas.
Aemond había asesinado a su cactus.
Uno era un omega, el otro un alfa.
Uno era extrovertido, el otro introvertido.
Una buena combinación.
Una sonrisa pícara se dibujó en su rostro al recordar la caja roja que su hermano guardaba en el clóset: su mayor secreto.
Sus cartas de amor.
Las había revisado un día después de ver la caja sobre el escritorio. No alcanzó a leerlas todas, pero en uno de los sobres había un nombre que no olvidaría jamás: Lucerys.
Y también estaba el anuario. El que había rescatado del bote de basura cuando Aemond lo tiró durante el verano, molesto porque le recordaba su falta de amigos.
Ahora todo tenía sentido.
Era una señal.
Una oportunidad para ayudar a su hermano.
Lucerys no era tan malo como Jacaerys creía. Era justo la persona que podría ayudar a Aemond a salir de su cascarón.
Daeron salió de la biblioteca con paso firme.
Ya tenía una idea.
Un plan.
Notes:
¡Estoy muy emocionada por lo que viene! 💌
Sé que este mundo avanza despacio, pero necesitaba sentar bien las bases antes de seguir.
Lucerys y Aemond serán el evento canónico el uno del otro.Los próximos capítulos serán:
09. A Love Letter
10. All the Letters I Sent

caroli980 on Chapter 2 Sat 06 Sep 2025 06:31AM UTC
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Lalocadelosgatos2017 on Chapter 2 Sat 06 Sep 2025 02:31PM UTC
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vegalphalyra on Chapter 3 Sun 07 Sep 2025 01:30PM UTC
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Lalocadelosgatos2017 on Chapter 3 Sun 21 Sep 2025 02:47AM UTC
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vegalphalyra on Chapter 4 Sat 20 Sep 2025 05:55AM UTC
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Lalocadelosgatos2017 on Chapter 4 Sun 21 Sep 2025 02:48AM UTC
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TypingLazily on Chapter 6 Sun 05 Oct 2025 09:47PM UTC
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Ambarysabel1993 on Chapter 8 Sun 26 Oct 2025 01:18AM UTC
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Lalocadelosgatos2017 on Chapter 8 Sun 26 Oct 2025 03:28PM UTC
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